En la lucha, o el intento de la lucha ahí me encuentro. Leo Marx “La historia se repite primero como tragedia y después como farsa” No se si agradecer haber llegado a la hora de la farsa ¿Soportaría la tragedia? Hay un misticismo oculto en aquella generación pero si bien nos asombra, nos cautiva, nos atrae, incluso nos emociona; no nos comprende. No estamos adentro sino circunvalando su carisma. Debemos buscar nuestro propio fervor. Trabajar para encontrarlo. Es esta una búsqueda que quizás nunca concluya, una búsqueda épica o inútil depende siempre de quien la encare, que busque y que encuentre. Tiene de por si lo heroico de acometerla que ya es mucho para los tiempos que corren.
Leo a Stendhal: “La política es una piedra de molino atada al cuello de la literatura”
Yo pensaba esto sin saberlo y es que no pensamos nada nuevo sino que reciclamos pensamientos que nos atraviesan verticalmente. ¿Cómo debe usarse la poesía? ¿Debe usarse? ¿El objetivo debe trascender la herramienta?
Por suerte leo a Lamborgini: “…primero debe ser un poema, sostenerse como tal…” y me doy cuenta de que esto también lo pensaba. “Debe flotar”… recuerdo que hablamos con Ayuste (escritor) sobre la necesidad de ser radicales con los conceptos, de ir a fondo con lo que se dice, aun cuando a la larga descubramos que estábamos equivocados, pero ir a fondo, con todo, es la única manera honesta de cargar con esa piedra de molino.
Entiendo la estética por la estética, el arte per se, el gusto de escribir o de ver como un poema se cierra circularmente en un pequeño acto de perfección pero uno es lo que es (a Rose is a Rose, is a…) y hoy, aquí, con esta coyuntura (farsa o no) “flotar es necesario”, buscar que la palabra tenga valor y sustento es un compromiso y me recuerda a otra discusión con otro amigo sobre la necesidad, mas bien la obligación de despertar. Supongo que todo se resume en una pastilla azul u otra roja, en seguir o no al conejo blanco pero esa referencia que todos conocen y quizás pocos comprenden se traduce en la necesidad de hacer algo para que las cosas tan solo no se queden como están.
La espiral de mis reflexiones me vuelve a depositar al comienzo del camino amarillo. En aquella charla con Ayuste hablamos sobre la obligación de usar la palabra como extensión del acto y de no quedarnos quietos esperando que los acontecimientos se desencadenen sino que debíamos ser participes de ellos precipitándolos.
Quizás nos indignaba haber leído a Hölderlin y no estábamos cómodos en el rol de reveladores divinos (patizambos) o quizás tan solo repetía lo que de Urondo quedaba en mí (en definitiva somos lectores y repensantes de lo que leemos, somos parte de la diagramación de las ideas en su reflexión), pero lo cierto es que la discusión palabras nuestras o no; discurría por esos senderos y es que descubrí con el tiempo (el peine de los calvos) que al igual que los futboleros en un bar discuten ad eternum sobre los mismos temas, nosotros los poetas también lo hacemos. Y la piedra del molino es uno de esos temas.
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